martes, 28 de diciembre de 2010

En el mágico jardín de la vida

Inspirado en el programa de Barcelona de 19 de Diciembre 2010



En el mágico jardín de la vida algunas flores sintieron una imperiosa necesidad de salir de sus hermosos jardines. Cada una sembrada con delicadeza, a su debido tiempo y en la estación propicia para crecer y mostrar su hermosura. Cada una engalanada con sus coloreados pétalos. Cada una destilando su especial aroma y con su particular fragancia que llenaban el aire para deleite de aquellos que se acercaban a contemplarlas y admirarlas.


En sus semblantes se dibujaba el paso inexorable del tiempo y lo que había obrado en ellas la madre naturaleza, erosionando sus bellezas. Cada una llevaba consigo el tesoro escondido. Cada una portaba la savia vital que con sumo amor se nutría día a día y que hacían de ellas ser merecedoras de una especial elegancia. Sobre todo cuando el viento acariciaba y besaba sus tallos, cimbreándose y mostrando orgullosa su encantadora belleza.


Todas ellas tenían una especial y deseada cita. En algún lugar de este hermoso planeta iba a suceder algo mágico, milagroso y tan esperado por todas ellas. Necesitaban ser expuestas al verdadero sol. Necesitaban renovarse y nutrirse por dentro. Necesitaban el tierno, amoroso y delicado cuidado que con tanto esmero el verdadero jardinero les prestaba periódicamente a cada una de ellas.


Esa cita era muy anhelada. Una fuerza interior hacía que se dirigieran a esa especial ubicación en el mapa terrestre. No importaba las inclemencias del tiempo ni las bajas temperaturas que se cernían sobre esa zona geográfica. La llamada interior era más fuerte. Existía un vínculo que minimizaba todos los obstáculos y los inconvenientes de todas las barreras físicas que existían.


Alguna ya castigada por el tiempo, otra por las enfermedades, otra por la incomprensión, otra por el miedo, otra por la soledad, otra por el sentimiento de culpa, otra por… etc. etc. No importa que siga enumerando todas las calamidades que cada una de las flores mostraba sin tapujos. Se estaban desnudando una a una. Era el lugar idóneo para ello. A quien iban a engañar; si la fuente de la verdad estaba delante de ellas. Como esconder las cicatrices que la vida estaba dejando en todas ellas. Cada una tan sola. Cada una de ellas marchitándose lenta y paulatinamente. Cada una desprendiéndose de las espinas que se habían aferrado a ellas para sobrevivir. Pero ante la luz del Sol, la oscuridad no podría permanecer por más tiempo teniendo que salir del lugar. No había sitio para tanta tristeza, para tanta negatividad. La luz había hecho acto de una presencia absolutamente evidente e incuestionable, desterrando e invadiendo por completo a la noche interior. Se podía decir que el manto estelar, que todos los soles del universo y todas las lejanas estrellas del firmamento se habían congregados en el lugar. Todo era luz por doquier.


Se había creado un mágico lienzo y el pintor iba trazando con su brillante pincel una indescriptible imagen que desde tiempo inmemorial se había concebido por amor y por la misericordia del supremo hacedor. Se nos había convocado para ser bendecidos, una y otra vez por una misteriosa necesidad. Todos los presentes no podíamos oponernos a tan irresistible invitación y delicada dedicación.


Amado y amantes se entregaban al paradisíaco lance de amor divino. El tiempo se había detenido. Las agujas del reloj no ofrecían resistencia y permanecían dóciles y quietas, como paralizadas por el encanto, y el río de la Gracia fluía y nos cubría con sus bendiciones. Ser ungidos por amor, por misericordia. Se nos había invitado para ser bendecidos y se nos invitaba a que recogiéramos las bendiciones. Qué más podía desear cada una de las flores allí presentes.


En esa reinante atmósfera de amor y sabiduría. Sí, era sabiduría. Se nos había izado, elevado, transportado como por arte de magia, yo diría por amor, a ese estado. Teníamos la capacidad de ser conscientes de la eterna sabiduría donde el Amado y el amante disfrutaban en una intimidad que solamente los devotos y el Maestro Vivo son merecedores de ese atemporal privilegio.


¡Qué momento! ¡Qué experiencia! Como narrar ese mágico instante donde todas las barreras de la mente, donde todos los resortes que como ser humano se tienen, que incluso el Maestro tiene que pasar por ello, se desvanecen y lo que existe es ese infinito presente donde la mirada del Maestro y el devoto, por eternos segundos, se clavan, y el hilo de amor hace acto de presencia elevándote a unos niveles divinos. Esa mirada llena de misericordia, amor, compasión, ternura, protección, etc., etc. donde ves que todo tu ser se lanza al vacío, y unas tiernas manos te recogen para no romperte en mil pedazos.


Hemos estado en el verdadero jardín. Cada flor, con su particular belleza, reluciendo cada una en su forma, con sus coloreados pétalos, haciendo una verdadera guirnalda en torno al verdadero jardinero. Hemos sentido en cada átomo de nuestros pétalos la tierna mano del eterno jardinero vivo, curando todas las heridas que se han generado a lo largo de nuestro eterno caminar.


Volvemos a mostrar nuestros encantos. Volvemos a seguir siendo quienes somos. Flores renovadas. Se nos ha revitalizado interiormente, con savia nueva, regenerada y llenas de vida…


Dispuesta cada una para exhalar nuestro aroma, nuestro perfume. Si es ese, -como dice nuestro Jardinero-: el perfume de Dios.


F.G.M.

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